En 1992, un joven comediante canadiense que estaba incursionando en la industria del cine y apenas era contratado en algunos papeles poco relevantes, tomó su chequera y sé giró a sí mismo un cheque por $10 millones de dólares “por servicios de actuación”, comprometiéndose firmemente a tener éxito en su carrera. Tres años más tarde, ese comediante se había convertido en millonario y en uno de los
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